miércoles, 29 de diciembre de 2010

The Fall Un otoño electronico!

El lanzamiento de «The Fall», distribuido de forma gratuita desde el sitio de Gorillaz en internet, no sólo confirma la hiperactividad compositiva de Damon Albarn, sino que establece una nueva cima en el proceso de aceleración de la producción discográfica y de ruptura de las tramas de continuidad que identifican las carreras musicales de un determinado grupo. Con «The Fall», el cabecilla de Blur le pone trampas, más difícil todavía, a la mentira de Gorillaz.
Hace sólo unas semanas, Bradford Cox reutilizaba el alias de Atlas Sound para editar, también de forma gratuita, una serie de cuatro volúmenes de canciones con los que, además de hacer públicas sus manualidades, desmarcarse de Deerhunter y reivindicar un proyecto personal que gracias a internet ha podido desarrollar sin cortapisas y de manera torrencial. Madlib está a punto de concluir su ambicioso «Medicine Show», compuesto de doce entregas mensuales y editado de forma primorosa y pretecnológica en vinilo. Damon Albarn, perejil de todas las salsas británicas, se acaba de despachar con «The Fall», realizado durante la gira norteamericana de Gorillaz y hecho a partir de melodías compuestas con iPad, lo que no deja de ser una excusa promocional, quizá ridícula, para llamar la atención de un público al que el compositor británico ha acostumbrado a sorprender con las más rebuscadas maniobras discográficas. Albarn se aleja de la rítmica que define la producción de Gorillaz y enlaza con el ocaso de Blur para, a partir de algunas piezas de «Think Tank», trazar su producción más electrónica, sobra decir que por barata y rápida de facturar.
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Como a caballo regalado no se le mira el diente, está de mas detenerse en los defectos de un disco que tiene excelentes canciones y que hace de la necesidad virtud para llevar a los seguidores de Albarn la enésima muestra de su talento y versatilidad. El principal valor de «The Fall», sin embargo, es poner de manifiesto, por si había dudas, lo fácil que resulta a día de hoy pensar, grabar y entregar a la audiencia un disco de 44 minutos. Encerrarse en el estudio durante meses o años, como si estuviéramos en la década de los años setenta, para salir con una castaña del tamaño de «In Rainbows» o el «Third» de Portishead es lo que no tiene perdón de Dios. Aunque luego se equivoquen a través de proyectos en solitario como Beak (Geoff Barrow) o Atom For The Peace (Thom Yorke), los disparatados encierros de los rebaños de vacas sagradas del pop alternativo sólo se sostienen ya por la capacidad de sus miembros para abandonar el redil de vez en cuando. A toda esta gente, Damon Albarn la deja en ridículo con un disquito que, dado su febril proceso de producción, está lleno de riesgos y parches, pruebas y errores, elementos que a otros les cuesta meses añadir a sus cada vez más sofisticadas y pensadas creaciones, apolilladas por la pretensión de sus autores. Tanto pensar ¿para qué?

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